Antonio Manzano martes, 28 de enero de 2014 Atenea Digital.
Ante la parcialidad e improcedencia de sus declaraciones, y a fin de adoptar una actitud serena, equilibrada y distante acerca de la revolución de Asturias y la guerra civil, invito a nuestros lectores, amigos o no, a reflexionar sobre las cuestiones que planteo por medio de las siguientes preguntas:
¿Quién podría afirmar que todos los comunistas -los ancestros de Izquierda Unida- que lucharon en la revolución de Asturias y la guerra civil de 1936 a 1939 fueron ejemplares, heroicos, valientes, castos y respetuosos con las vidas de los contrarios, o sospechosos de serlo, y la propiedad privada?
¿Se opinaría de otro modo desde Izquierda Unida si La Legión hubiera luchado en el bando republicano durante la guerra civil? ¿Y si, además, la guerra la hubiera ganado ese bando?
¿Hizo mal La Legión al obedecer las órdenes del gobierno legítimo cuando, ante los sucesos revolucionarios de 1934, se le encomendó la restauración de la seguridad ciudadana?
¿Se olvida que la extremada violencia de aquellos revolucionarios superaba las posibilidades de acción de las fuerzas policiales? ¿Se olvida la sangre legionaria derramada por los revolucionarios que costó devolver la paz a las tierras asturianas?
Fui teniente y capitán de la V Bandera de La Legión. No recuerdo haber visto entre los legionarios a nadie que tuviera ricitos dorados, vistiera una túnica flotante, llevara alas y tocara la cítara, revoloteando cándidamente en un mundo celestial. Vi gente que se había alistado por diferentes motivos.
Entre ellos había quienes tenían un pasado de mucho sufrimiento, procedentes de familias desestructuradas, y que andaban por la vida sin norte. Había otros que se alistaban porque sí, por La Legión, para ser legionario; otros porque todos sus amigos ya se habían alistado y él no deseaba ser menos; otro, de Barcelona, porque su padre fue legionario y él quería repetir sus pasos. Y así cada cual.
Allí, desde el primer día, les enseñábamos la mística legionaria, el Credo Legionario, las canciones que conmueven el alma, rendíamos culto a nuestros muertos, les enseñábamos una forma exigente de vivir.
A partir de las cualidades y defectos de cada cual tratábamos de adiestrarles para que dieran lo mejor de sí mismos, que adquirieran el sentido de la disciplina, del deber, del honor, del orgullo de ser importantes. Al que incumplía lo establecido, arresto; al que reincidía, arresto; al que, por la gravedad de sus faltas, se hacía indigno de seguir en La Legión, se le expulsaba.
Repito, no había angelitos; había gente magnífica, gente normal y gente que no se adaptó.
Me acuerdo con afecto de muchos de ellos: de Roberto, de Antonio, del 'canario', del 'cabo carpintero', de un vasco alto, rubio, muy callado y disciplinado que pretendí se reenganchara para que fuera cabo 1º; me acuerdo del 'nervios' y del pequeño 'paraca', que procedía de la BRIPAC; apenas medía el mínimo de estatura y era un excelente cabo que no necesitaba levantar la voz para que se le obedeciera; me acuerdo de un operario del puerto de Barcelona, otro catalán, que se alistó en el límite de la edad; era un señor mayor que pronto se ganó el respeto de todos; me acuerdo de muchos extranjeros: 'el portu', muy serio siempre; Kakuta Kan, la alegría de la Bandera, engañado después por una novia sin escrúpulos; el larguirucho Aziz Muru, gastador; los tres 'hermanos' Singh -se creía que lo eran por compartir el apellido común de los sikhs-. Me acuerdo muy bien de los leales sargentos y cabos primeros.
Me acuerdo de sus cualidades, defectos y carencias. Pronto me llamaron la atención dos cosas: lo sufridos que eran durante la instrucción y lo sensibles que eran al trato respetuoso y afectuoso -que algunos no habían recibido en su vida-, pero que no perdonaba el arresto cuando se hacía necesario.
Me acuerdo de la extraña combinación de tensión y serenidad de mis legionarios en los momentos críticos de tener que patrullar armados por el barrio del Príncipe a causa de un brote de violencia creciente aparecido en una parte de la población allí instalada. Me acuerdo de los cantos y alegrías de los legionarios por la tarde, cuando acababa la actividad del día. De sus salidas en los fines de semana con la paga recién entrada en el bolsillo y dónde, cómo y a qué velocidad se la gastaban. Me acuerdo de los escasos consejos de guerra y de los arrestos simples por faltas menores. No se toleraban los comportamientos inadecuados.
Por ello, no consigo entender cómo, hoy en día, haya quien opine sobre La Legión de manera tan parcial e injusta como anclada en un pasado lejano que debería quedar allí, superado, para el bien de todos.
Si la portavoz Romero, con sus palabras, ha querido insultar a los hombres y mujeres que cumplen su deber ejemplarmente en las filas de La Legión debería saber que no les preocupa. A los legionarios les gusta serlo, les gusta cumplir el Credo. Y a los demás nos gusta La Legión; nos gustan los legionarios.
Caballeros, damas: felicidades; seguid así.
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