Así se denomina al proyecto de trabajo, en un piso de acogida para chavales.
Escrito por una Educadora de dicho proyecto.
Esto es algo que escribí hace ya mucho tiempo, y surge de una conversación con mis compañeros de trabajo sobre cómo entendemos nuestro trabajo y en que consiste. Nos gusta mucho hablar desde metáforas, comprándonos con objetos y otras cosas para explicar cómo vivimos nuestro trabajo.
En esa época hablábamos de los tentetiesos y a día de hoy nos identificamos con los piratas, bueno, en concreto con los bucaneros del siglo XVIII y XIX, esto es porque nos gusta a todos mucho Arturo Pérez Reverte y nos identificamos mucho con esos bucaneros que describe en sus libros, como en el Asedio. Sobre esto todavía no he escrito nada, pero si algún día lo hago te lo mandaré...
Este escrito es un poco de todos mis compañeros del Tragaluz, y también es de todos esos chavales con los que he compartido vida y sigo compartiendo.
Ellos me enseñan continuamente...
Cuando vives con chavales te conviertes en un tentetieso.
¿Soy un juguete en sus manos? Quizá sí.
Y quizá entonces pueda escuchar un día una sonrisa blanca. Quizá ese día ellos me permitan que yo pueda escuchar su alma. Quizá entonces pueda decir yo algo, pedir algo.
Mientras, tendré que hacer de tentetieso.
Un tentetieso cuyo poder o fortaleza radica en dos aspectos fundamentales:
Su centro de gravedad y la capacidad de verticalidad.
Soy educadora, lo escucho dentro de mí, lo dice mi conciencia. Soy educadora porque creo en la vida en cualquiera de sus formas.
Esta es mi autoridad. Soy persona, soy acompañante de vidas. Este peso es tan grave que mis convicciones, mis acciones, parten de este centro de gravedad.
Soy ancha y profunda en el fondo. Mis pies están hundidos en la tierra de la vida. La misma vida que un día me permitió nacer. Origen y lugar de encuentro con los chavales.
Ellos me empujan, me golpean, me contradicen, me vuelven a empujar, y ven como me balanceo y ven que estoy a punto de tocar con la cabeza el suelo. Y cuando vuelvo a incorporarme me vuelven a empujar. Necesitan jugar conmigo, se ríen y yo me mareo. En ocasiones se me revuelve el estómago, tengo vértigo, miedo.
Da igual que ya esté derecha, la cabeza, la vida, me da muchas vueltas.
Pero ellos me ven y me empujan.
Necesito estar tranquila, desconectar, volver a mí misma, reconocerme, compartir con los compañeros. Entonces me incorporo, me siento vertical.
Ellos me contemplan otra vez derecha.
Les gusta verme entera, se sienten bien, descubren que quieren verme así. Y entonces ya digo, ya hago, ya pido, ya pacto.
Soy tentetieso.
Soy el que está abajo y vuelve a su lugar.
Ellos quieren tener cerca a personas que puedan asumir sus patadas y exista una segunda oportunidad, una tercera oportunidad, simplemente una oportunidad.
En ocasiones pasan días, meses, años hasta que después de su último golpe regresan para comprobar si seguimos de pié, que se nos distinga a lo lejos, que siempre estaremos.
Educar, vivir siendo tentetieso requiere estar profundamente pesada
Nuestro lastre son las convicciones, no son seguridades, son convicciones, es honestidad, es empatía, es sensibilidad.
El peso y la fuerza nos los da la vida, ella nos permite hacer lo que hacemos. Ella parió a estos chavales y hoy quiere que estemos a su lado.
Un deseo:
Necesitamos llenar la calle, el mundo de tentetiesos.
Hombres y mujeres, padres y madres, todas y cada una de las profesiones, personas que se llenan de humanidad, que se esfuerzan en tener una gran base para balancearse, para ser flexibles y para volver siempre a su estado original.
Ser tentetieso es aprender, porque en cada sacudida, unas más suaves y otras más enérgicas, aprendemos a ponernos en pie.
Cada día descubro a los chavales siendo tentetiesos.
Les golpean y se golpean se caen y se levantan con fuerza, o casi derrotados, pero se levantan.
Un pensamiento hecho palabra...
Educadores del Tragaluz
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